El baile continúa

BERNARDO BERTOLUCCI

El cineasta preside Venecia y ha estrenado ‘Tú y yo’

El verano acaba, y se extingue en las pantallas Tú y yo, la mejor película de esta temporada estival junto a Antes del anochecer. Mientras tanto, Bernardo Bertolucci preside, desde su silla de ruedas, el jurado de la Mostra de Venecia, que finaliza mañana.

Quién iba a decir que, con el tiempo, una película de Bertolucci apenas sería vista por unos escasos miles de espectadores. Pues ésas tenemos. Pero esos pocos espectadores son, como el propio director, resistentes, guerrilleros que no reconocen su aparente derrota y que aspiran a enderezar su actual adversidad con próximas e imprevisibles victorias.

Bernardo Bertolucci fue el deslumbrante niño prodigio del cine europeo de los años 60. Con 21 años debutó con La commare secca (1962), tras haberse formado como ayudante de dirección en Accattone (1961), a las órdenes de su amigo y mentor Pier Paolo Pasolini, con quien mantuvo no pocas coincidencias.

Con sólo 30 años, tres excelentes películas más y un error (Partner, 1968), Bertolucci se hizo el amo del cine europeo de Arte y Ensayo y, al mismo tiempo y sin embargo, se colocó bajo la atención de Hollywood, presagio de futuras derivas.

Antes de la revolución (1964), La estrategia de la araña (1970) y El conformista (1970, con una nominación al Oscar al Mejor Guión Adaptado) son películas míticas que descubren a un director que, con excepciones, siempre será fiel a las constantes que estos filmes ofrecen: una estética culta y refinada, un lenguaje narrativo innovador o arriesgado, el interés por los amores difíciles o imposibles con la consiguiente presencia de un fuerte erotismo, el tratamiento de la realidad desde una perspectiva política de izquierdas y la base novelesca (Stendhal, Dostoievsky, Borges y Moravia, en esa década) para un cine que siempre es cine –con el virtuosismo y movimiento de su cámara– sin renunciar a un intenso aroma literario, poético y, ya que estamos, musical y pictórico.

Los lectores más jóvenes tienen perfecta noticia de las tres películas que colocaron a Bertolucci ante millones de espectadores, en la primera e inusitada línea del cine mundial: El último tango en París (1972), pasto del escándalo y la censura, con su desesperanzado y pionero diagnóstico sobre la soledad y desorientación del hombre contemporáneo, con un sorprendente y crepuscular Marlon Brando entregado al sexo (anal) claustrofóbico sin futuro; Novecento (1976), violento y extenso fresco sobre la lucha de clases a lo largo de medio siglo de la Italia del siglo XX, y El último emperador (1987), la terrible peripecia de Pu Yi desde su paso infantil por el trono imperial chino a su inmersión en la Revolución Cultural maoísta, una película que rompió las taquillas y le proporcionó a Bertolucci nueve Oscars de Hollywood y el recelo de sus seguidores más puristas: ¿hacia dónde iba Bertolucci con esa superproducción suntuosa del gusto de todos los públicos?

Sus siguientes pasos por África y Asia no le fueron bien: El cielo protector (1990), sobre la novela de Paul Bowles, y, sobre todo, El pequeño Buda (1993). Hizo crisis y volvió grupas. Entre Novecento y El último emperador, Bertolucci había recibido dos avisos: el primero, injusto, con La Luna (1979), y el segundo, sin comentarios, por La historia de un hombre ridículo (1981).

Identificado con el PCI –rodó en 1984 un documental sobre la despedida al líder eurocomunista Enrico Berlinguer–, el marxismo y el psicoanálisis fueron sus bases formativas y han sido sus instrumentos de aproximación a la realidad, siempre bajo la sustancia y la sazón de un sólido e intenso bagaje cultural.

Bernardo Bertolucci nació en Parma en 1940, hijo de una profesora y del laureado Attilio Bertolucci, gran figura de la poesía italiana e importante crítico de cine. Bernardo estudió Literatura Moderna en la Universidad de Roma y, antes de debutar en el cine, se dio a conocer como poeta.

Bertolucci –que yo sepa– no tiene hijos, pero ha hecho mucho cine en familia. Su primera mujer, la actriz Adriana Asti –siete años mayor que él–, fue la protagonista de Antes de la revolución antes de tocar el piano desnuda para Luis Buñuel en El fantasma de la libertad (1974). Su primo Giovanni ha producido varias de sus películas, incluida la última. Su hermano menor Giusseppe –interesante guionista y director fallecido el año pasado–, a quien está dedicada Tú y yo, colaboró en varios de sus guiones. Bertolucci empezó a escribir algunas de sus películas con su cuñado, el escritor y director Mark Peploe, desde El último emperador. Y su esposa, la guionista y directora británica Claire Peploe, fue ya coautora del libreto de La Luna.

Entrevisté largamente a Bertolucci en 1979, en tiempos de La Luna, que tanto me gustó, y repetí la jugada cuando El último emperador. Me pareció lo que le parece a todo el que tiene la oportunidad de conocerle: un tipo atractivo y elegante, muy inteligente, de modales exquisitos y generoso en la conversación. También entrevisté, por cierto, a su mujer, Claire Peploe, en directo para televisión, cuando vino a estrenar su película Temporada alta (1987), y se me presentó en el estudio sonriente, rubia y delgada con unas gafas que llevaban pintados o adheridos unos ojos saltones en los cristales. Bromista. No me inquietó, y la dejé con sus divertidas gafas puestas durante toda la entrevista.

Con la estupenda y conmovedora Tú y yo, Bernardo Bertolucci continúa su prolongado regreso a un cine más pequeño y personal, que inició con Belleza robada (1996) y siguió con Asediada (1998) y, en parte, con Soñadores (2003).

Y también hay un baile, el baile en un sótano –espacio claustrofóbico, otra vez– entre dos hermanastros extraviados, el sótano en el que se refugia un chico con problemas para aislarse de su madre y de sus compañeros de colegio, un baile con la ambigüedad erótica y sexual propia del cine de Bertolucci, que casi siempre se asoma a la transversalidad y a la polivalencia cuando enfoca el amor y el sexo, que, como aquí y en La Luna (por ejemplo), vuelve a avistar el incesto. Y la emoción de esta película viene de ver cómo Lorenzo y Olivia, dos chicos perdidos por los desarreglos de la edad, los tiempos y las inclemencias familiares, aciertan a ayudarse, crecer y salir adelante solos y con amor. La novela de Niccolò Ammaniti que da argumento a la película puede leerse en Anagrama